Así pasamos el confinamiento juntitas. Pasé mucho tiempo así, tendida en el balcón como una prenda de ropa, buscando el cielo azul, el sol en la cara, el viento entre las pestañas, acercándome tanto como pueda a los árboles frente a nuestro piso.

Aún está en nuestro portal una noticia que lleva la fecha “19 de marzo.” Informa sobre el uso de lejía para limpiar y desinfectar todo el edificio.
Eso me recuerda del olor de lejía de esos primeros días, cuando realmente pensamos que serían dos semanas, cuando lloraba cada día por la carga que llevaba en el corazón.
Me recuerda como yo intentaba, con mucha dificultad, enfocarme para trabajar ese primer lunes, un día después de que anunciaron el estado de alarma.
Me recuerda de la primera noche de juegos que hicimos mi compañera de piso y yo, comprometidas a no mirar al móvil y no hablar nada del virus (era difícil).
Me recuerda de cómo me dolía la espalda por un cambio tan abrupto de actividad y entrenamientos.
Me recuerda de escuchar ambulancia tras ambulancia, sin más ruido en la calle.
Me recuerda de las risas con amigos a través de Facetime y Zoom, buscando maneras de mantener el contacto y divertirnos, y también del cansancio que provoco en mí tanto tiempo hablando por pantalla.
Me recuerda del momento en que la rutina en casa empezó a parecer normal y el miedo que me daba de que se convirtiera en algo normal.
Me recuerda del abrazo que le dio a un árbol al poder salir del piso.
Ahora el confinamiento me parece un sueño. Mejor dicho, una pesadilla. Pero la palabra “pesadilla” tampoco expresa la sensación. La sensación no es de ser bueno o malo, sino de algo distante, algo separado, algo que pasó y que ya no me acuerdo bien.
Ya que hemos empezado con lo que es, más o menos, una vida parecida a la vida antes del 15 de marzo, es como si hubiéramos cerrado el libro do confinamiento. “Una lectura interesante y rara y ya se acabó,” decimos sin palabras. Las rutinas ahora son tan distintas que por un lado tiene sentido. Ya no abro la ventana a las 20:00. Ya no entreno corriendo por el pasillo del piso. Ya no hace falta una pantalla para ver a mis amigos aquí en Cáceres.
Las rutinas que formaban la vida diaria durante el confinamiento he dejado atras de repente. Aunque eso es normal, lo que me parece raro es que no estamos hablando más de nuestra experiencia de confinamiento; de que tal nos fueron esos días encerrados; de que hicimos y como nos sentimos. Porque vamos… vaya experiencia! Algo raro, triste, duro, a veces interesante, y tan tan distinto para cada persona.
La necesidad de mirar atrás un poco para asimilarlo y procesarlo no necesariamente nos hace personas negativas. Puede ser al contrario. De hecho, quizás la intención de preguntar y reflexionar echa fuera el positivismo falso que no da para sanar y crecer como personas. Quizás el preguntar y reflexionar da para ver bien los aspectos positivos junto con los aspectos “negativos” y difíciles de los cuales hemos crecido y aprendido.
En fin, que procesemos y reflexionemos. Que nos hagamos preguntas uno al otro que nos sirven para crecer. Que pongamos el enfoque no en nosotros mismos pero en los que tenemos al lado (como me cuesta eso!). Que tengamos conversaciones que sean para beneficiar a la otra persona. Y que nunca, nunca volvamos a estar encerrados durante 48 días. 😉